"Al implementar estas medidas cortoplacistas en la carne, la leche, el trigo, el maíz y economías regionales, el Gobierno desalentó su producción"

 

La semana pasada, el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Julián Domínguez, en una reunión de la agrupación kirchnerista Canpo decía: "Los argentinos atravesamos los 10 años de mayor éxito que ha tenido el sector agropecuario".

Hace 10 años, era difícil vender nuestros productos agropecuarios, ya que el mundo no demandaba tantos alimentos. Desde 2004, por el crecimiento de los países asiáticos y la decisión de convertir alimentos en energía, hubo un cambio de tendencia en la demanda de loscommodities agropecuarios.

En 2003, el precio internacional de la soja era de 242 dólares la tonelada y hoy es de 530 dólares. El maíz pasó de 110 dólares a 300 dólares la tonelada, y el trigo duplicó su precio en estos 10 años.

Este aumento en los precios de los granos –esenciales para la alimentación del ganado– forzó un incremento en la leche y la carne. El valor de la leche en polvo en 2003 era de 1.800 dólares la tonelada y hoy está en cinco mil; los cortes Hilton –carne de alto valor– en 2003 se pagaban 6.500 dólares la tonelada y hoy superan los 15 mil dólares.

El Gobierno, en vez de aprovechar estos precios internacionales para generar más saldo exportable y compensar con estos mayores ingresos al mercado interno, aumentó la presión impositiva y comenzó a intervenir los mercados, con la excusa de "proteger la mesa de los argentinos".

Con la falsa hipótesis de "que si el novillo en pie está barato va a estar barata la carne en el mostrador, o si la leche del tambo está barata van a estar baratos los quesos en góndola", castigó a los dos extremos de la cadena: al productor, al que le pagan poco por su materia prima, y al consumidor, al que le cobran precios exagerados por los alimentos.
Como consecuencia, el rodeo bovino de 60 millones de cabezas en 2005 pasó a tan sólo 51 millones en la actualidad. La producción de carne apenas alcanza para el consumo interno, por lo que pasamos de exportar 770 mil toneladas en 2005 a tan sólo 185 mil toneladas en 2012.

En lechería, el crecimiento fue del uno por ciento anual, cuando biológicamente se podría haber crecido a un cuatro o cinco por ciento, con la desventaja de que producimos este 11 por ciento más de leche con cuatro mil tambos menos.
Si bien incorporamos nueve millones de hectáreas agrícolas, más de la mitad son implantadas con soja, mientras el resto se reparte con los demás cultivos, salvo el trigo que, de seis millones de hectáreas en 2003, bajamos a 3,2 millones.

Esta merma del área implantada de trigo –la más baja en 35 años– trajo como consecuencia que la producción fue de nueve millones de toneladas, dejándonos un saldo exportable de tan sólo tres millones de toneladas, lo que ocasionó pérdidas de mercados como el de Brasil –con preferencia arancelaria y con la ventaja de un bajo costo de flete–, que tuvo que salir a comprar este cereal a otros competidores, eliminando la posición arancelaria extra- Mercosur.

Al implementar estas medidas cortoplacistas en la carne, la leche, el trigo, el maíz y economías regionales, el Gobierno desalentó su producción e incentivó la sojización, desaprovechando la potencialidad de un crecimiento armonioso, para terminar conformando una matriz productiva no sustentable en el tiempo.

Días pasados, un periodista me preguntaba: "¿No hizo nada bien para el campo este Gobierno kirchnerista durante estos 10 años?". Mi repuesta fue contundente: "No sólo que no hizo nada bien sino que hizo todo mal".

(*) Para la Voz del Interior